La espera valió la pena (para todos)

“The Philadelphia 76ers announced today that forward Ben Simmons underwent successful surgery to repaire an acute Jones fracture of the fifth metatarsal of his right foot. Simmons suffered the injury when he rolled his ankle after landing on the foot of another player during a 76ers team scrimmage on September 30, 2016.”

Este era el comunicado que rompía toda la ilusión de una ciudad cuya suerte no había estado de su lado en los últimos años. Una de las mayores esperanzas del futuro de la franquicia -y de la NBA- iba a ser baja indefinida, y a posterori confirmada para el resto de la temporada.

De nuevo, cuando el proyecto empezaba a ver una luz difusa al final del túnel con el debut de Joel Embiid, volvía a haber un contratiempo de gran magnitud. Ben Simmons, cuyo juego se le había relacionado continuamente con el de LeBron James, no iba a jugar con los Sixers ese año. Una vez más, la espera para que llegara la parte buena del bautizado ‘The Process’ tenía que alargarse.

La historia se repetía. El depósito de paciencia tenía que volver a recargarse para el aficionado ‘sixer’ a la espera de conocer más detalles de la recuperación del ‘aussie’, el cual estaba trabajando duro para estar a punto al inicio del siguiente curso.

(vía Getty Images)

Y es que aquella expectación con Ben Simmons estaba justificada, y esperar el tiempo que fuera necesario para verle otra vez en una pista de baloncesto valía todo el oro del mundo. Sólo el temor a que recayera de nuevo de una lesión tan compleja haría que Philadelphia se tomara las cosas con más calma.

Simmons, de hecho, llegaba a Philadelphia como uno de esos jugadores llamados a cambiar el juego en un futuro cercano. Uno de esos cuya posición en la pista no se define por su altura, sino por su habilidad innata para entender el juego e influir en él a través de todas las virtudes que atesora su arsenal. El australiano, un chico de apariencia sosegada y templada, tampoco correría riesgos ya que el tiempo no apremiaba, pero aun así, el aprendizaje no cesaba aun sin pisar la cancha. Para él, estudiar el juego nunca era suficiente por tal de entenderlo lo mejor posible, y esa era una de las razones por las que, en el pasado, había quemado etapas y desafíos a la velocidad de la luz.

Ben conoció las particularidades de dos tipos de baloncesto formativo: el australiano y el norteamericano. Del empleo de sistemas y disciplina como equipo en Australia a trabajar de forma exhaustiva la técnica individual en Estados Unidos. El equilibrio de esas facetas proporcionaba a Simmons la etiqueta de ‘rara avis’ una vez pisó terreno estadounidense para continuar con su evolución. Tuvo que adaptarse a un estilo muy diferente al que estaba acostumbrado, tenía que ser más agresivo y ganar partidos por su cuenta. En resumidas cuentas, ser más egoísta.

“Necesito de ti que decidas partidos. No se trata sólo de pasar el balón, necesito que anotes”, le dijo Kevin Boyle, entrenador de Montverde, a Simmons en su etapa en high school.

Ben encontraría el equilibrio de dos estilos, pero su esencia, la que le hacía especial, permanecía intacta. Su habilidad para pasar el balón sería la principal razón por la que se le reconocería como uno de los prospects más intrigantes y prometedores de su generación, pero su forma de moverse por la cancha, la coordinación en el bote y su físico serían las razones definitivas que le catapultarían hacia el estrellato. Simmons ya era una estrella en ciernes.

Simmons pues, se comprometía con LSU para seguir con su evolución. Los lazos familiares lo llevaron a Louisiana, en concreto gracias a David Patrick, entrenador asistente de los Tigers, cuya relación con la familia Simmons iba más allá que una simple amistad con Dave, padre de Ben, cuando coincidieron en el mismo equipo en Australia en los noventa. Patrick era el padrino de Ben.

David Patrick recordaba una vez que vio jugar a Ben cuando tenía unos 15 años en Australia, “entonces [Ben] parecía un ciervo intentando correr porque era demasiado alto para su edad y un poco descoordinado”. 6 meses después, Simmons parecía otro. “Recuerdo decirle a Dave que si Ben estuviera en América, sería uno de los mejores jugadores del país.”

Ben Simmons recalaba en LSU, donde él sería la pieza angular de los Tigers de Johnny Jones y una de las figuras más mediáticas del programa desde Shaquille O’Neal. La decisión de irse a Louisiana y no a otras universidades como Kentucky, Duke o North Carolina sorprendió a muchos, salvo a su entorno más cercano. Según su hermano Liam, él [Ben] quería vencer a los equipos ‘grandes’ y no unirse a ellos para ganar un campeonato más fácilmente.

De todas maneras, a pesar de unirse a un programa ‘menor’ en comparación a las anteriores mencionadas, las expectativas con la LSU de Simmons eran tan altas que resultaron hasta contraproducentes. El resultado se tradujo en una campaña decepcionante con un Ben Simmons que intentó por todos los medios clasificar a los Tigers para el March Madness. Ni la esperanza de que el comité del Selection Sunday les salvara a última hora era realista. Quedaron fuera de forma justa.

Ese año, donde el ‘aussie’ fue el único rayo de luz en una decepcionante LSU, se evidenciaron las primeras carencias a corregir de cara al futuro. A la vez que LSU se volvía ultradependiente del juego de Simmons y su capacidad como generador, los partidos que adoptaban un ritmo lento y con juego a media pista mitigaban sus virtudes. La falta de un tiro consistente para desatascar el plano ataque de LSU le pasó factura, llegando hasta la ridícula exageración: le flotaban por tal de que tomara un lanzamiento al que no estaba acostumbrado.

La temporada fue desastrosa en lo colectivo, pero ese año Simmons reafirmó su condición de futura estrella de la liga, que él era un jugador especial y, quizá, uno de los más maduros a pesar de su edad. Como se esperaba desde el primer momento, él siguió con su camino: se presentó al Draft como claro candidato a ser el número #1 de la generación.

Indiscutiblemente, lo fue. Ben Simmons era el elegido para solventar los problemas de creación de juego y generar ilusión a la fanbase de los Sixers. Desafortunadamente, Ben no debutaría en 2016/17, por lo que significaba un varapalo que, por otro lado, ayudaría al australiano a empaparse de múltiples horas de vídeo estudiando al rival, haciendo de ello una rutina, y a mejorar su comprensión del juego en su vuelta las pistas.

“Creo que he aprendido mucho más de lo que habría aprendido jugando [en 2016/17]. Eso [la lesión] me dio la oportunidad de sentarme y aprender el juego, especialmente aprender aspectos del juego imprescindibles”, decía Simmons.

Como se esperaba antes de debutar, Simmons ejercería como principal generador de juego de los Sixers, y situarle como ‘point guard’ daría a Philadelphia no sólo más criterio en la elaboración de juego, sino que también generaría más ventajas en los emparejamientos. Por cuerpo y por velocidad, el ‘aussie’ es capaz de crear múltiples ‘mismatches’ con el par rival en un solo partido, un lujo sólo al alcance de muy pocos. A diferencia de LSU, Ben conseguiría sentirse mucho más cómodo al estilo de juego NBA, el cual es mucho más ágil, veloz y con más espacios. Y el hecho de no estar encasillado en una posición concreta ha proporcionado la posibilidad al australiano de exhibir su arsenal a campo abierto, y mostrar una notable mejora en la lectura (y ejecución) del juego en estático.

“Dijo [Ben] que sentía que el juego NBA, para él, era más fácil de controlar que en el college, porque tiene el balón en sus manos desde el inicio del ataque. Parte de su juego se basa en el talento que hay su alrededor. En cambio, en LSU tuvo que cargar con todo el peso”, decía David Patrick, ahora entrenador asistente en TCU.

En los primeros días como jugador en su carrera profesional (sin contar el año en blanco), Simmons ha conseguido ilusionar a la ciudad de Philadelphia y dar luz al futuro más cercano de la NBA a base de triple-dobles. El australiano es un jugador especial, con aura de estrella y con un estilo refrescante, pero todavía con un arsenal de recursos incompleto (el tiro).

Todavía es (muy) pronto, pero por lo visto, la espera ha valido la pena. Para Philly y para todos. ¿Lo mejor? Es solo el principio.

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