Kingsman: los modales hacen al espía

Hubo un tiempo dorado en el cine de espionaje. La década de los setenta estuvo marcada por la gomina, los smokings, las mujeres florero y los martinis bien agitados. James Bond irrumpió en la gran pantalla, supuso la consolidación de todo un género y engulló a otras producciones y franquicias, convirtiéndose en el máximo exponente de las películas de espías. Ya nadie concebía a un espía que no fuese un inglés alcohólico persiguiendo a terribles villanos y despampanantes damas por igual. Y lamentablemente a día de hoy nadie lo concibe. El género está en un punto muerto. Mientras Bond siga en el mercado, un verdadero soplo de aire fresco no se producirá. Sin embargo siempre hay honrosas excepciones…

De todos los filmes de espionaje que han visto la luz en los últimos años «Kingsman» es cuanto menos un ejemplar llamativo. Llamativo en su contenido pero sobretodo en sus formas. Dirigida por Matthew Vaughn esta comedia angloamericana revive la figura del agente secreto desde una interesante premisa: ridiculizar hasta el extremo todo lo que representa la figura del remilgado espía inglés.

La trama se centra en Eggsy, un adolescente bravucón sin ningún tipo de perspectivas de futuro. Debido a un desafortunado percance entrará en contacto con un veterano agente secreto (Colin Firth), que deberá entrenarle en tiempo record para acabar con la amenaza de un genio psicópata que planea un genocidio a nivel mundial. En el proceso Eggsy descubrirá sus excepcionales cualidades y  su vocación nata como espía .

Es preciso remarcar que la película no se toma en serio en ningún momento. Desde el comienzo al espectador se le presentan las reglas del juego hilarante que propone «Kingsman» : dosis insanas de violencia explicita y gamberrismo puro. Y se agradece que dejen las cosas claras. Se agradece simplemente poder relajarse en la butaca y deleitarse con las trepidantes secuencias de acción, reforzadas por una cámara siempre en movimiento y por un montaje frenético (especialmente memorable es aquella escena en la que Colin Firth aniquila a una multitud de fanáticos en una iglesia a golpe de guitarra eléctrica). Se agradece también que los personajes sean completas caricaturas y poder reírnos de la pedantería y de las maneras del típico gentleman.

Resulta todo un acierto el cambio de tono en el género, si bien puede resultar muy brusco y excesivo para cierto tipo de público. Sin embargo era necesario revolver las tripas del espectador para aportar toda la frescura presente en la película.

Por otra parte aunque la fotografía es colorida y vibrante el resto de los componentes, como una banda sonora algo plana y un guión flojo en el tramo final nos dejan un regusto insípido de lo que pudo ser y no fue. El reparto realiza un trabajo correcto aunque lastrado por una historia imprecisa que no sabe exactamente como terminar pues concluye con uno de los finales más extraños y forzados que he visto en mucho mucho tiempo.

En conclusión «Kingsman» es una película con grandes ideas que en ocasiones no se ejecutan de la forma que debieran y pueden dejar frío a gran parte de la audiencia. Es cierto que parte de unas bases llamativas y es muy disfrutable pero todo es eso: mucha apariencia y malos modales que caen en saco roto.

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